Las palomas, aquellas que un día fueron protagonistas de los primeros gestos de solidaridad humana, son conscientes del riesgo que corren al cruzar la avenida. Una avenida peatonal, un paseo monumental, un intento (de nuevo fallido) de respeto medioambiental... aglomeraciones de despiste extranjero deslumbrado por la novedad, la mayor excusa de las arcas municipales a camuflar el dinero entre railes, el cruce indeciso de los que arriesgaron tirar segundos antes por esa calle y no por la otra... y mientras tanto, las ruedas de mi bicicleta zigzageando obstáculos hasta topar con el reojo desconfiado de aquella paloma que ayer temió por su vida.
En la Constitución se siguen olvidando de que la única ley vigente es la que establece la Madre naturaleza y últimamente me comenta que anda muy enfadada.